Alicia en el país de Tim Burton

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ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Alice in Wonderland
Tim Burton, 2010

El cineasta en el museo. Ahora que el MOMA ha dedicado a Tim Burton una monumental exposición, diremos que Alicia en el País de las Maravillas es la película de un artista institucionalizado. Pero no hacía falta que sus diseños colgaran de las paredes de un museo para llegar a semejante conclusión. La domesticación de Burton viene de lejos. El punto de inflexión podría ser Big Fish (2003), donde el diseño de producción aplastaba un meloso relato de amor milagroso. A partir de entonces, Burton parece haber establecido una marca distintiva que pasa por una determinada forma de “ilustrar” los reconocibles mundos de otros creadores. No hay mucha diferencia entre el barniz con que lustró su lectura de Roald Dahl en Charlie y la fábrica de chocolate (2005) o la obra musical Sweeney Todd (2007) y la clase de alquimia que Burton nos ofrece ahora en su versión de Alicia: traslada su poética visual a la creación de un parque temático que, en el caso de Alicia…, se asemeja demasiado al tráiler de un videojuego. Son todas ellas películas al servicio de la dirección artística. Por eso nos rendimos al hechizo del Gato Chesire recreado por Burton: la única magia del film viene servida por las caracterizaciones digitales de sus criaturas antropomórficas. El resto es tan efímero como la nube de humo que rodea a la maravillosa Oruga Azul.

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