El tiempo de los fariseos

De la cultura de la violación a la violación de la cultura

Puede que este artículo me granjee algunas enemistades y acaso algún motivo de arrepentimiento. Soy consciente de que me meto en un jardín en el que nadie quiere adentrarse, enfangado en posiciones extremas que no admiten escepticismos o matices. Su tesis es vieja y sencilla, aunque no por ello deja de revelar algo profundo sobre las dinámicas ético-sociales de la sociedad occidental de la que formamos parte: su alarmante hipocresía y superficialidad moral. No es algo nuevo, pero el imperialismo del pensamiento único avivado por la realidad paralela del ciberespacio han llevado recientemente esta situación a un lugar desde el que ya no parece aceptable poner en cuestión acciones injustas y peligrosas, por más justas y necesarias que sean las causas que las avivan. Las desmedidas reacciones al más aberrante de los comportamientos también pueden conducir a ciertas formas de abyección.

No han sido las repetidas denuncias y los linchamientos mediáticos a los depredadores sexuales Harvey Weinstein o Kevin Spacey los que me han llevado a escribir esto. Sentir lástima o compasión por ellos es una estupidez (incluso aunque responda a un sentimiento humano), si bien el enjuicamiento social se ha impuesto sobre la condena legal en ambos casos. Hay que colocarse sin duda del lado de la víctima, de las numerosas e indefensas víctimas, a las que se añade el factor de opresión histórica que las ha silenciado durante siglos. Eso es obvio, de modo que pongo por delante mi infinita repulsa, condena y tristeza. Pero dicho esto, no consigo dejar de preguntarme por qué los comportamientos sexualmente abusivos de la sociedad patriarcal son suficientes para destruir la carrera y silenciar el legado de varios artistas cinematográficos (de Hollywood y más allá) pero no para impedir que un evidenciado agresor sexual tome las riendas del país más poderoso del mundo. Como decía, esto va de hipocresía moral.

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